1/ AMPLIFICAR EL GRADO DE CONSCIENCIA.
Aunque no podemos medir el grado de automatismo o influencia del subconsciente, sabemos que todo el tiempo que nos mantenemos presentes somos más libres.
Amplificar la consciencia es un proceso en el que vamos ganando presencia, pensando menos en lo que » podría ser o haber sido» , o «debería ser».
En el día a día, observamos nuestro pensamientos, emociones, y las señales del cuerpo ( desde la postura a los síntomas físicos).
Observamos cómo nos hacen sentir nuestras relaciones, qué nos dicen sobre nosotros mismos estas reacciones, qué nos aportan las experiencias.
Vamos ampliando nuestro ser más allá de los límites del cuerpo y la mente. Todo lo que sucede a nuestro alrededor es parte de nosotros, a un nivel trascendental.
2/ OBSERVACIÓN DEL PROPIO CARÁCTER.
Comprender que venimos condicionados desde la infancia por esa necesidad de ser aceptados y queridos. Observar esos patrones que se repiten y nos llevan a actuar con respuestas inconscientes o mecanismos de defensa.
Si soy tímida, por ejemplo, es que me estoy protegiendo por mi propia inseguridad ante un mundo hostil. En realidad las amenazas dejaron de existir, pero seguimos reaccionando ante cualquier circunstancia similar que alerte a nuestro subconsciente.
Por otro lado, nos vamos quitando máscaras y somos más auténticos, fieles a lo que sentimos y dispuestos a acompañarnos en los momentos difíciles. Aprendemos a amarnos escuchándonos y satisfaciendo nuestras necesidades en lo posible.
Ya no me interesa ser perfecta, si no estar conectada conmigo misma. Aprendiendo de mis miedos , ansiedades, mi ira…abrazando a mi niña herida y acompañándola en su proceso.
También superamos eso de sentirnos especiales y diferentes ( por encima o por debajo), y nos hacemos más «personas». Estando ahí con lo que hay, somos más libres, abrazando lo que somos. Y también, por qué no, dándonos permiso para ser de otra manera diferente de lo que pensábamos. Sin encasillarnos o dejar que nos encasillen.
3/ MEJOR MANEJO DEL MUNDO RELACIONAL.
Hacernos más conscientes y observar nuestro carácter, nos permite darnos cuenta del juego de la proyección en los conflictos relacionales. Esto supone que no nos tomamos de forma personal el enfado del otro ni culpamos al otro de nuestro enfado. Y si lo hacemos, sabemos que nos toca hacer el trabajo de tomar la parte de responsabilidad que nos corresponde.
También aprendemos a poner límites, a cuidar de nosotros mismos ante todo y ser coherentes con lo que sentimos antes de ceder a demandas externas. Si sentimos rabia, es una señal de que debemos dejar de ceder o consentir algo.
También saber conectar con la ternura y poder expresarla con hechos y palabras.
4/ TRABAJO CON LA PROPIA BIOGRAFÍA.
Estudiar el árbol genealogico y comprender las fidelidades o patrones heredados, cómo me marcaron los acontecimientos de mi vida y cómo marcaron a mis padres los suyos, para poder perdonar y vivir más en paz, más genuinamente.
5/ APRENDER A MEDITAR
Conocer el silencio interior más allá del parloteo de la mente.
Encontrar la paz interior en cualquier circunstancia.
No huir de las emociones, sino desapegarse de ellas. Observarlas, sentirlas e incluso expresarlas al máximo, sin proyectarlas en nadie.
Para después volver a la paz y la calma. Más presentes, más puros.