La psicoterapia Gestalt siempre es corporal, ya que se centra en la conciencia del sentir y esta percepción sucede en el cuerpo. No puede haber Gestalt sin la conciencia de las emociones en el presente. Y ese aprendizaje es todo un viaje de la mente al cuerpo.
Cuando pensamos, nuestro cuerpo siente. Pensamiento, emoción y sensación física están conectados.
Se trata de bajar nuestra conciencia cotidiana más mental al plano físico que nos conecta con el presente.
Curiosamente, es en el ahí donde podemos encontrar el hilo de Ariadna que nos lleva a desenredar los nudos del pasado.
Los asuntos no resueltos quedan en la memoria subconsciente esperando nuevas oportunidades para salir a la luz. Una luz de conciencia más madura, para afrontar la cuestión con resiliencia.
La psicoterapia Gestalt permite traer a la conciencia esos patrones. Cambiarlos puede ser un proceso lento a base de constancia, ya que la mente es flexible pero terca en la mayoría de los casos.
A veces parece que la terapia nos empeora, y en realidad es que nos hacemos más conscientes de formas de actuar que antes pasaban desapercibidas. Eso también permite rectificar antes. Parece que nunca vamos a cambiar, pero a medida que aprendemos a acompañarnos a nosotros mismos en los procesos dolorosos, ya no proyectamos tanto en el mundo o en las personas que nos rodean.
Se trata de no evitar el dolor, de asumirlo, transitarlo, y seguir caminando. Todo pasa. Sólo la conciencia que observa el suceder perdura.
La Gestalt nos habla de atender la forma que surge del fondo en cada instante. Escuchando al cuerpo, y sintiendo sabremos cuál es el siguiente paso en nuestro camino de crecimiento.