Empatía.

Empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Desde una perspectiva no-dual, encontraríamos que ese otro soy yo, puesto que no hay separación real.

Cuando alguien me hiere, en primer lugar puedo intentar comprender que todo pasa por algo. Ni el universo está en mi contra, ni el sujeto agresor probablemente lo haga con plena conciencia o intención de herirme. Normalmente actuamos de forma agresiva cuando nos sentimos atacados. Luego hay que preguntarse si el ataque es real o sólo está en nuestra mente.

Pocas veces comunicamos nuestras necesidades de forma asertiva. El resultado es que el otro se pone a la defensiva. Quizás no era el momento o la manera de pedirlo. Quizás se nos olvidó tener en cuenta las necesidades del otro. Al final todos necesitamos amor y atención. No sabemos expresarlo porque nuestro Ego es orgulloso y soberbio. Puede que no siquiera podamos reconocerlo y nos creamos autosuficientes.

El caso es que cuando nos tocan la herida ( y es muy fácil que suceda cuando ni siquiera somos conscientes de su origen), actuamos por inercia, defendiéndonos como sabemos. Probablemente con patrones de comportamiento perjudiciales para nosotros y el entorno. Y así nos enzarzaron en discusiones y dramas cuyo origen está en ideas condicionadas desde la infancia.

La solución pasa por conocerse a uno mismo para poder entender al otro y en segundo lugar, aprender a comunicarnos de forma «no-violenta»,( es decir, responsable, sin exigir al otro lo que no sabemos darnos). Cuando indago en mi interior y entiendo a ese niño herido, sé que cada uno tiene el suyo y puedo comprender mejor las reacciones de los demás.

No somos perfectos. Seguramente tropecemos una y mil veces con la misma piedra. No sé trata de culparnos, si no de aceptarnos y tratarnos con más amor. Siempre podemos pedir disculpas reconociendo nuestro error. Y volver a empezar, las veces que hagan falta. Sobre todo, ser amables con nosotros mismos.

Ser lo más sinceros posible, asumiendo nuestra vulnerabilidad e ignorancia, permite que el otro abra su corazón y podamos entendernos libres de la mente limitante.

La prioridad debe ser mantener la paz, no tener la razón. Y si no hay entendimiento, quizás es mejor esperar a otro momento y mientras tanto reflexionar qué hay de mí en eso que no acepto del otro.

Reconocer mi sombra en eso que me remueve en el exterior no es fácil, sobre todo teniendo en cuenta que para mí soy «perfecto» y son los demás los que no me entienden. El otro a su vez está pensando lo mismo, por lo que resulta muy difícil bajar las defensas y cambiar la perspectiva.

Aunque mi interlocutor no desee comprenderme, yo puedo hacer mi trabajo para recuperar mi paz interior. Puedo expresar lo que necesito ( reconocer que nadie lee mi pensamiento ni tiene obligación de imaginar lo que me pasa) si estoy en contacto con mis necesidades y soy consciente de que el otro tiene las suyas. Después, hacerme cargo de aquello que yo me puedo dar y saber si estoy dispuesto a ceder en algo, en favor de una relación más saludable.

Siempre hay maneras de decir que me siento herido sin contra-atacar. Ojalá aprendamos a poner amor allí donde no lo hay.

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